Mascarilla mortuoria de Beethoven, óleo sobre papel 30 x 40 cms., 2015 Obra de Andrés García Ibáñez |
A raíz de mi última entrada, me ha llegado un artículo de prensa que escribió el propio Andrés García Ibáñez en el Diario de Almería sobre la Cantata de juventud de Beethoven. Un texto que lleva fecha del 17 de octubre de 2013.
Resistiendo
Cantata de juventud
En estos días de gritos desesperados por tanto sufrimiento -de criaturas en trance de agonía, pisoteada ya toda su dignidad por un poder putrefacto y aniquilador- he vuelto a escuchar una música en la que no había reparado antes lo suficiente, un auténtico bálsamo de salvación y un mensaje de esperanza para un mundo mejor, dirigido a una humanidad torturada que parece clamar en vano.
En 1790, con tan sólo diecinueve años, estando aún en Bonn, Beethoven compuso la "Cantata a la muerte de José II", una obra creada por encargo de la Sociedad de Lectura de la capital renana, en la que Neefe, primer maestro de Beethoven, tenía un papel importante. La partitura está injustamente olvidada hoy, pese a la asombrosa madurez que atesora. Desde su lúgubre comienzo, oscuro e inquietante, hasta el mismísimo hallazgo del difunto, está ya todo Beethoven en ella, romántico y apasionado, entero y verdadero. Consta de siete números y dura unos tres cuartos de hora. Tras la solemnidad trágica inicial, el cuarto número -que es donde yo quería llegar- nos sumerge en una melodía bellísima, de trascendente elevación; un aria para soprano y coro de enorme pensamiento musical, como una auténtica resurrección. No me resisto a transcribir el texto traducido al castellano que cantan los intérpretes en esta parte -salido del libretista de la obra, Severin Averdonk-, pues revela un espíritu de notable idealismo romántico, tan consustancial al más genuino Beethoven: "La humanidad ascendió a la luz y la Tierra giró felizmente alrededor del sol. ¡Y el sol calentó con los rayos de la divinidad!". Aquí está ya todo el ardor de un pensamiento elevadísimo, que aspira al hermanamiento de las criaturas; un ansia de armonía universal que encontrará tres décadas más tarde su mejor culminación con la Novena Sinfonía, y en especial con su enorme final cantando la Oda a la Alegría. Desde su primera juventud, Beethoven tuvo una formación -alentada por la poesía- donde los ideales de igualdad y fraternidad y la repudia a todo poder tiranizador eran su principal seña de identidad. Al parecer fue entonces, tan tempranamente, cuando ya quiso poner música al poema de Schiller, tarea que no materializó hasta el final de su vida. Pero volviendo a la cantata, no hay mejor ocasión que escucharla ahora; un respiro entre tanto acontecer maloliente.
Andrés García Ibáñez
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