sábado, 10 de octubre de 2020

CHARLOTTE, DE DAVID FOENKINOS


Charlotte Salomon

Un 10 de octubre, como el de hoy, moría Charlotte Salomon, gaseada, como otras tantas mujeres, en Auschwitz. Tenía veintiséis años, y estaba embarazada. Dejaba tras de sí una cantidad ingente de pinturas, una obra autobiográfica (¿Vida? ¿O teatro?) de la que se valió el francés David Foenkinos para escribir su novela Charlotte. La rescataba de esa manera del olvido en el que había caído la pintora alemana de origen judío.

 Han pasado cinco años desde que Alfaguara la publicó en España, y no recuerdo a través de qué suplemento cultural me llegó la noticia. Me llamó la curiosidad que el texto estuviese escrito sólo con frases cortas. Con un punto y aparte tras cada latigazo. «¿Cómo se puede escribir una novela así?», me pregunté. Y al momento deseé leerlo. Sin embargo, no recaló en mis manos hasta hace poco. Fue justo después del confinamiento, en nuestra primera visita a la librería Proteo. Entre los lomos, apretados y bien alineados, vi lo último del autor francés, Hacia la belleza, y entonces me acordé de Charlotte y le pedí a Miguel Ángel que me lo encargara.

Charlotte, de David Foenkinos
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Atrapada en el texto, sin reparar en sus frases mínimas, descubrí a una artista que hizo del arte su motivo de vida. Foenkinos la descubrió una tarde de 2004 en una exposición en París.

Y luego, descubrí la obra de Charlotte.

Por la mayor de las casualidades.

No sabía qué iba a ver.

Había quedado para comer con una amiga que trabajaba en un museo.

Me dijo: deberías ir a ver la exposición.

Fue cuanto me dijo.

Es posible que añadiera: debería gustarte.

Pero no estoy seguro.

Ninguna premeditación.

Me condujo a la sala.

Y fue algo inmediato.

La sensación de haber encontrado por fin lo que andaba buscando.

El desenlace inesperado a mis atracciones.

Mis vagabundeos me habían conducido al lugar adecuado.

Lo supe en el preciso momento instante en que descubrí ¿Vida? ¿O teatro?

Todo cuanto me era querido.

Todo cuanto me tenía trastornado desde hacía años.

Warburg y la pintura.

Los escritores alemanes.

La música y la fantasía.

La desesperación y la locura.

Ahí estaba todo.

En un estallido de colores.


La complicidad inmediata con alguien.

La sensación extraña de haber estado ya en un sitio.

Todo eso me daba la obra de Charlotte.

Ya conocía lo que estaba descubriendo.

 Así es como nos lo cuenta el propio escritor en la novela, entremezclando su Yo con las vivencias de la pintora, haciéndonos partícipes de ambas historias.

Me he pasado años tomando notas.

He recorrido su obra sin cesar.

He citado o recordado a Charlotte en varias de mis novelas.

He intentado escribir este libro muchísimas veces.

Pero ¿cómo?

¿Debía incluirme en él?

¿Debía novelar su historia?

¿Qué forma debía adoptar mi obsesión?

Empezaba, probaba, luego renunciaba.

No conseguía escribir dos frases seguidas.

Me quedaba varado en todos los puntos.

Imposible progresar.

Era una sensación física, una opresión.

Sentía la necesidad de poner punto y aparte para respirar.


Entonces caí en la cuenta de que había que escribirlo así.

 Todo un acierto la forma y el tono de Foenkinos, que condensa por completo la esencia de Charlotte sin pretensiones retóricas ni rellenos innecesarios. Es una lectura sensible, sin sensiblería, dulce y dolorosa, real e imaginada.

Charlotte Salomon con su padre

 Charlotte Salomon fue una joven marcada por la cultura, la música y el arte; también por el suicidio de familiares, el horror de la guerra y el nazismo. Desde joven tuvo claro que su camino era la pintura.

Charlotte se pasa semanas pintando, una tras otra, naturalezas muertas.
En alemán, naturaleza muerta se dice Stilleben: vida silenciosa.
La vida silenciosa, esa expresión que le encaja tan bien a Charlotte.
Charlotte no puede expresar lo que siente.
Sin embargo, va mejorando en dibujo.
Encuentra un camino entre el academicismo que estudia y los modernos.
Admira muchísimo a Van Gogh, descubre a Chagall.
Siente veneración por Emil Nodel, de quien acaba de leer la siguiente frase:
«Me gusta que parezca que un cuadro se ha pintado a sí mismo».
También está Munch, desde luego, y Kokoschka y Beckmann.
Ya sólo le importa la pintura. Se ha vuelto una obsesión.
Tiene que intentar a toda costa entrar en Bellas Artes.
Prepara la prueba de ingreso con ahínco.
El demonio se adueña de ella.
Albert y Paula consideran que esa pasión va tomando un cariz inquietante.
Pero, al contrario, es un gozo.
Charlotte, que se había sentido tan perdida, ha hallado su camino.

Obra de Charlotte Salomon

 A pesar de las pegas de la comisión de admisión, por su condición de judía, será admitida en la Academia de Bellas Artes de Berlín. Incluso ganará el concurso que organiza la academia por primavera. Sin embargo, no podrá recoger el trofeo.

Es imposible darle ese premio.

Se trata de una ceremonia que llama mucho la atención.

Dirían que la escuela se está judaizando.

Para la propia candidata resultaría arriesgado. 

Se convertiría inmediatamente en una diana. 

Correría el peligro de que la encerrasen.


[…] Ludwig no sabe por dónde empezar.

Debería ser un momento jubiloso.

Sin embargo, está desencajado.

Por fin le anuncia que es premiada.

Pero no le deja tiempo para expresar lo dichosa que es.

Atenúa la noticia con la decisión de los profesores.

No podrá recoger el trofeo.

Dos emociones contradictorias golpean a Charlotte.

Es una alegría y es un sufrimiento.

Está de acuerdo en que no puede aparecer en público.

Desde hace dos años es una sombra.

Pero lo de hoy es tan injusto.

 Años después, Charlotte tendrá que exiliarse en Francia, en la casa de Ottilie Moore que fue para ella madre y mecenas. Por su nacionalidad, y ante el ataque alemán, será recluida en el campo de refugiados de Gurs, donde coincidirá con la filósofa Hannah Arendt. De allí sería liberada gracias a la intermediación de una enfermera. Sumida en una crisis existencial, se volcará en su pintura. Aconsejada por el Dr. Moridis, dedicará esos años críticos (1941-1942) a trabajar con rigor y tenacidad, exteriorizando sus miedos, secretos y vivencias en pinturas al guache. Escenas de gran expresividad y colorido, algunas acompañadas de textos y referencias a temas musicales –toda una intención  de acercarnos a su esencia por completo– que configuran su biografía al modo de las novelas gráficas.

Obra de Charlotte Salomon

Obra de Charlotte Salomon

Obra de Charlotte Salomon

 Cuando se siente amenazada por los nazis, Charlotte recopilará sus pinturas en una maleta que el Dr. Moridis será el encargado de preservar.

Charlotte está delante de la consulta de Moridis.

Llama a la puerta.

Le abre el doctor en persona.

Ah… Charlotte, dice.

Ella no contesta.

Lo mira. Y le alarga la maleta.

Diciendo es toda mi vida.


Gracias a Moridis sabemos que dijo esa frase.

ES TODA MI VIDA.

¿Qué significa exactamente?

Le entrego una obra que cuenta toda mi vida.

O bien: le entrego una obra tan importante como mi propia vida.

O tal vez: Es toda mi vida porque mi vida ha terminado.

¿Significa que va morir?

 Desgraciadamente, Charlotte fue delatada, detenida y llevada al campo de concentración de Auchswitz, donde sería víctima de la sinrazón nazi.

 Por mediación de Moridis, y como era su deseo, la maleta con su obra se le entregó a Ottilie Moore, quien a su vez se la dio al padre y la madrastra de Charlotte en 1947. En 1961, la obra fue expuesta en Holanda, y en 1971 se donó al Museo Histórico Judío de Ámsterdam, donde se puede ver en la actualidad.

 Como no quiero pisaros nada con ningún fragmento más del libro, tan solo voy a mostraros algunas pinturas de Charlotte, y que sean éstas, junto con la reseña, las que os despierten el interés por la novela.

Obra de Charlotte Salomon

Obra de Charlotte Salomon

Obra de Charlotte Salomon

Obra de Charlotte Salomon

El suicidio de la madre
Obra de Charlotte Salomon

¿Vida? ¿O teatro?, obra de Charlotte Salomon

Nota: Todos los textos a color pertenecen a la 4ª edición de Charlotte, de David Foenkinos, publicada por la editorial Alfaguara en agosto de 2019, con una traducción del francés de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego.

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