De vez en cuando, Pedro me lee algún texto sobre pintura; líneas que aparecen en el libro que está leyendo en ese momento y en el que a priori no tendría que aparecer nada relacionado con el arte. Referencias que no dejan de sorprenderme. La última viene envuelta en una recopilación de artículos y relatos del italiano Dino Buzzati, textos relacionados con la montaña que editó recientemente Gallo Nero bajo el título Los indómitos de la montaña.
Detalle de Presentación en el templo de Tiziano |
Pero en tiempos de Tiziano las montañas, incluidos los Dolomitas, no interesaban, puede decirse incluso que no existían: no eran más que unas cosas inmensas e incómodas, generalmente hostiles. Fueron los románticos quienes los descubrieron. Prueba de que Tiziano no se había fijado en ellos ni les daba la menor importancia -hecho absolutamente cierto- es la total ausencia de los Dolomitas en sus cuadros. Y sostener, como hacen mucho, que son las Marmarole las rocas que sirven de fondo a la Presentación en el templo es no tener ni idea de qué son los Dolomitas y, sobre todo, dudar del Maestro: esas montañas genéricas no tienen ni la forma ni el color ni el espíritu -que es lo principal- de las auténticas Marmarole.
Presentación en el templo, obra de Tiziano óleo sobre lienzo, 335 x 775 cm (1534-1538) Galería de la Academia, Venecia |
Y junto a esa disertación, nos encontramos esta otra sobre el color de los Dolomitas y la dificultad de pintarlos:
Algunos días claros de otoño, incluso desde los tejados más altos de Venecia y sin necesidad de prismáticos, se pueden distinguir los Dolomitas. Y no solo su confuso perfil de cordillera, esa misteriosa barrera de montañas que cierra el Norte. También se reconocen sus colores. [...] ¿Y de qué color son? ¿Se puede encontrar un adjetivo exacto para definir ese tono, tan diferente del de todas las demás montañas, [...]? No, no existe un adjetivo tan preciso, porque más que un color preciso es una esencia, una materia evanescente que desde el alba al ocaso asume los reflejos más extraños: grises, argénteos, rosas, amarillos, púrpuras, violetas, azules, sepia... Y sin embargo es siempre la misma, igual que es la misma una cara humana tanto si la piel está pálida como si está bronceada.
Para demostrar cuán inasible es el color de los Dolomitas tenemos un fenómeno singular: que nosotros sepamos, representan el único espectáculo de la naturaleza con el que no han podido los pintores, ni siquiera los mejores. Decir nombres sería una falta de generosidad, porque cuando algún artista ha conseguido plasmar en la tela la verdadera luz que emanaba de la montaña -algo que rara vez ha sucedido-, ha fracasado en todo lo demás: la estructura, los rasgos... el parecido, en definitiva; y el resultado se reducía a un apunte de color, un boceto insuficiente. Sin embargo, cuando el artista ha conseguido "captar" el parecido -como ocurrió con el inglés Compton, que fue uno de los pocos que lo lograron- y definir su forma de un modo persuasivo, el matiz de color se le ha escapado.
Dolomitas Edward Theodore Compton (1849-1921) |
Vayan se lo ruego, y contemplen con atención este espectáculo al que nosotros los italianos ya no hacemos caso. Se ha convertido en algo habitual, y eso que es sin duda una de las vistas más bellas, poderosas y extraordinarias que nos ofrece este planeta. Solo para verlo de pasada ya valdría la pena venir ex profeso desde Australia.
Googleando los cuadros del inglés E. T. Compton (1849-1921), me he encontrado con estas tarjetas postales de los años 20 en el blog Dolomiti Patrimonio Dell' Umanità, del Instituto Statale D'Arte de Cortina D' Ampezzo. Y ¡sorpresa!, resulta que son del hijo de éste, Edward Harrison Compton, nacido ya en Alemania. Por cierto, en el blog confunden al inicio al padre con el hijo, lo que me ha obligado a mirar un montón de páginas para cerciorarme del tema.
Dolomitas Edward Harrison Compton (1881-1960) |
Dolomitas Edward Harrison Compton (1881-1960) |
Dolomitas Edward Harrison Compton (1881-1960) |
Dolomitas Edward Harrison Compton (1881-1960) |
Recuerdo que de niño, tendría yo cinco o seis años, intenté dibujar las montañas que se ven desde nuestra casa, a dos pasos de Belluno. Todas las demás montañas consiguieron, en mi dibujo, tener jorobas más o menos redondeadas o más acentuadas, pero donde está el Schiara salió, en cambio, un mazo de puntas afiladísimas, una selva enloquecida de pináculos inverosímiles que no se parecía en nada al Schiara. Se ve que en mis fantasías infantiles el Schiara encarnaba la personalidad de los Dolomitas grandes y terribles, castillos inaccesibles y salvajes. Luego, pensando en aquel dibujo, me di cuenta de por qué los antiguos cuadros y grabados ofrecían retratos absurdos de las montañas, imágenes sin ninguna semejanza con la realidad. Los antiguos, para quienes las montañas no tenían el menor interés, no sabían "verlas", no se fijaban en ellas, y en su presencia se sentían exactamente como yo a la edad de cinco o seis años.
Los párrafos de Los indómitos de la montaña, de Dino Buzzati, están extraídos de la primera edición, publicada por Gallo Nero en enero de 2016, con traducción de Amelia Pérez de Villar.
http://www.gallonero.es/los-indomitos-de-la-montana/
Podéis leer la crítica literaria que Pedro le ha hecho a este libro pinchando sobre el siguiente enlace:
http://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com.es/2016/05/los-indomitos-de-la-montana.html
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