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martes, 12 de mayo de 2020

¡FELIZ DÍA DE LA ENFERMERÍA!

Permitidme que me quede en mis tiempos, donde el género de un colectivo se determinaba por el de la mayoría de su componentes, y os desee: ¡Felicidades, enfermeras!

Cartel Día Internacional de la Enfermería. Junta de Andalucía

 Hoy, 12 de mayo, se celebra el Día Internacional de la Enfermería, una conmemoración establecida por el Consejo Internacional de Enfermería que se repite desde 1965; aunque no fue hasta 1975 cuando se estableció este día para su celebración en honor a la fecha de nacimiento de Florence Nightingale, pionera de la enfermería moderna.
 Es un día especial para el reconocimiento a la labor de la enfermería, marcado con un punto concreto en el calendario, pero que este año, debido a la situación mundial de pandemia, el homenaje lo estamos recibiendo de una forma más extensa y continua: en los aplausos de las ocho de la tarde, en canciones de famosos, en las palabras de los políticos, en la fabricación casera de mascarillas, pantallas protectoras y gorros...
 También desde el mundo del arte llegan los apoyos y los ánimos. Y como este blog va de eso, de arte, aquí os dejo constancia de aquello que me he ido encontrando, sobre todo en Instagram.

Game changer. Obra de Banksy
https://www.instagram.com/p/B_2o3A5JJ3O/?utm_source=ig_web_copy_link

 Hace unos días Banksy, dentro del misterio que siempre envuelve sus apariciones, dejaba un cuadro en el Hospital general de Southampton con esta nota: "Gracias por todo lo que estáis haciendo. Espero que esto ilumine un poco el lugar, aunque sea solo en blanco y negro". La obra se subastará en otoño y su recaudación irá destinada al NHS (Sistema Nacional de Salud).

 Al mismo tiempo, el fotógrafo Steve McCurry, de National Geographic, publicaba sus imágenes bajo esta reseña:
«En honor al Día de las Enfermeras. "La atención constante de una buena enfermera puede ser tan importante como la mejor operación de un cirujano."» - Dag Hammarskjold
*Dag Hammarskjold es político, economista y diplomático sueco, secretario general de la ONU entre 1953 y 196, y Nobel de la Paz en 1961.

Montaje realizado por Lucía Rodríguez a partir de las fotografías del post de Steve McCurry
https://www.instagram.com/p/B_23O2Znq4C/?utm_source=ig_web_copy_link

 Y en España, Tino Soriano, también ligado a National Geographic, nos homenajea con su trabajo fotográfico dedicado a la sanidad.

Fotografía de Tino Soriano perteneciente a la serie "Homenaje a la sanidad"
https://www.instagram.com/p/B_b4_OaK3rF/?utm_source=ig_web_copy_link

 Por otra parte, las ilustraciones del iraní Alireza Pakdel, sobre la trágica batalla para frenar al coronavirus, llevan un tiempo dando la vuelta al mundo a través de las redes.

Algunas de las ilustraciones de Alireza Pakdel
https://www.instagram.com/p/CAD9ZOBnWHM/?utm_source=ig_web_copy_link

 Al igual que los carteles de Amplifierart, diseñados para la ocasión, que nos llegan desde todos los rincones del mundo.

Carteles de diseñadores gráficos en Amplifierart.
Montaje de Lucía Rodríguez con capturas de pantalla extraídas de la cuenta de Instagram

https://www.instagram.com/p/B_yJv9sJZha/?utm_source=ig_web_copy_link

 Y ya por último, anotar esta otra propuesta por parte de los pintores, que regalan su talento retratando a aquellos sanitarios que responden a la llamada de:


 Este es el resultado con las últimas publicaciones que aparece en la red en el momento de redactar esta entrada.

Captura de pantalla del inicio de la cuenta #retratosheroessincapa
https://www.instagram.com/explore/tags/retratosheroessincapa/?hl=es

 ¡Muchas gracias por vuestro apoyo!

jueves, 7 de mayo de 2020

"SEÑORES Y SIRVIENTES", DE PIERRE MICHON


Señores y sirvientes, de Pierre Michon
Fotomontaje: Lucía Rodríguez

No me gusta nada cuando leo una novela y he visto con anterioridad la película en la que está basada. No me deja que la imaginación vuele. ¡Ya le pongo cara y voz a los personajes! Como  me pasó con El cielo protector o El paciente inglés, donde Kit y Hana siempre tendrán la cara de Debra Winger y de Juliette Binoche.

 En Señores y sirvientes, el libro del francés Pierre Michon, no tenemos una película que nos distraiga con los protagonista, pero sucede algo parecido. La narración se visualiza a través de cuadros, los que han creado cada uno de los cinco pintores que aparecen en sus páginas, cuadros conocidos que se exhiben en los museos y que hemos estudiado en los libros de arte.

 En sus páginas, Michon nos presenta momentos de la vida de Van Gogh, Goya, Piero della Francesca, Watteau y Claudio de Lorena; narrados por alguien que en esos momentos pertenecía, o podría haber pertenecido, al entorno de cada uno de ellos. Y digo "podría" porque el libro está lleno de verdades pero también de invenciones; tan bien contadas y enlazadas –unas veces por un amigo, otras por un cura, un discípulo o una vecina– que parecen reales.

Goya, Van Gogh, Watteau, Piero della Francesca y Claudio de Lorena
Composición: Lucía Rodríguez

 Son cinco relatos cortos, que Pierre Michon aprovecha para hablarnos de arte, de su por qué y de su valor. Eso sí, no penséis que por ser cortos se leen rápido. Michon escribe largo, con frases que no acaban, y en las que hila una descripción con un sentimiento y un suceso, incluso con alguna alusión metafórica, que te llevan a buscar la mayúscula y a volver al inicio para no perderte nada. Es fácil –al menos a mí me ha pasado– evadirte entre sus palabras, como cuando en una película se te va el santo al cielo recreándote con la fotografía. Por eso, su lectura es lenta, de repasar, de tomártela con calma y silencio.
Un día, al fin, a Roulin le llegaron devueltas las cartas que le había escrito a Vincent, con una nota que quiero creer que llevaba la firma de Adeline Ravoux, la hija del fondista de Anvers, a quien éste había pintado en la flor de la vida, y toda de azul también, pero en la gama de los cobalto y no con azul de Prusia, como a Roulin; la joven Adeline, a quien quizá deseó a última hora, porque la tenía ante los ojos; cuyo vestido azul fue quizá lo último que vio, la visión que se llevó consigo, como suele decirse, pues es muy probable que lo atendiese en la buhardilla durante los dos días que duró la agonía más mísera del mundo, y la más ahumada, cuando Vincent apuraba, sin tregua, pipa tras pipa hasta el momento de la muerte, como lo aseguran los testigos, mientras, más arriba de ese fúnebre fumador, el sol caía con fuerza sobre Auvers. En esa carta decía: «El señor Vincent se mató mientras estaba viviendo con nosotros»; no decía: en los trigales; no decía: en escenarios naturales. No sabía escribir esa novela que tanto se ha escrito más adelante. Añadía que lo habían enterrado allí mismo, en Auvers, y que habían venido unos señores de París.
Adeline Ravoux y Roulin retratados por Van Gogh
Composición: Lucía Rodríguez

 Roulin, el cartero, fue retratado por Van Gogh repetidas veces. Lo he visto en tantas ocasiones, con formatos y fondos distintos, que ya sé quién se esconde entre estas líneas.
Lo poco que acerca de ello escribió Van Gogh, deja claro que el otro era alcohólico y republicano, es decir, que decía de sí mismo que era republicano, y creía serlo, y era alcohólico, con una profesión de ateísmo que el ajenjo enardecía; que era destemplado en el hablar y muy buenazo, y de eso da fe su fraternal conducta para con el desventurado pintor. Lucía una frondosa barba en forma de hierro de laya, gustosa de pintar, todo un bosque; cantaba nanas muy antiguas y cariacontecidas, estribillos de gaviero; y Marsellesas; parecía ruso, pero Van Gogh no concreta si mujik o barín; y, a ese respecto, también los retratos adolecen de indecisión. Tenía tres hijos y una mujer desmoronada más que a medias. ¿Qué hacer con él? Contemplo sus retratos contradictorios aunque, no obstante, en todos reconozco esos brazos azules, esos ojos velados, esa sacrosanta gorra. En éste, parece un personaje de icono, cualquier santo con nombre complicado, Nepomuceno o Crisóstomo, Abacir que entremezcla su barba florida con las flores celestiales; en aquel, es más bien un sátrapa con barba de Assur, cuadrada y brutal, pero lo hastía tanta sangre derramada, se nota a la perfección que esos ojos tan abiertos querrían cerrarse, que ese alma querría entregarse y esa mirada invertirse hacia tanto color amarillo como tiene detrás; en otro, se aviene a una mayor proximidad, se contiene para no reñirse socarronamente, es mi abuelo, es un chuan, un empleado de Correos, es un día en que el pintor y él habían empinado el codo en demasía; y por último, está al borde de esa zanja en que caen los borrachos a eso de las nueve de la noche.
Retratos de Roulin, el cartero, pintados por Van Gogh

 Y ahora, acompañado por su familia, ya le pongo vida.
Helos aquí, al día siguiente, frente a frente en ese estudio de la casa amarilla de cuyo aspecto no queda ya nadie con vida para hablarnos; y las paredes tampoco pueden decirnos nada: unas bombas norteamericanas de cobalto puro que cayeron en 1944 no dejaron piedra sobre piedra. Pero sabemos, por los cuadros, que las paredes estaban encaladas, es decir, que Van Gogh las pintaba del color que le parecía, y que los baldosines, bajo los pies, eran rojos, porque los pintaba rojos. Así que aquí fue donde se hizo cuadro, material algo menos mortal que la otra, en esta casucha invisible hoy y tan conocida como las torres de Manhattan; o quizá fue en casa del otro, del factor, desconocida hoy, secreta y recluida en el único recuerdo inefable que pueden tener las paredes, pero de la que sabemos que estaba entre los dos puentes del ferrocarril, y allí seguirá, pues, si es que los meteoritos norteamericanos no la destruyeron también; […] en una de esas dos casas, pues, pintó, uno tras otro, todos los miembros de esa sagrada familia tan proletariada como la Otra, generosa y suficiente; la sagrada familia que lo invitaba a confituras, a vino, a esas pequeñas alegrías dominicales que permiten que la gente siga viviendo; que lo recibía con los brazos abiertos, quizá para jorobar a los vecinos, pero más probablemente porque lo quería; y todos ellos a cambio, están en unos lienzos pequeños, del quince, dispersos, lejos de Arlés, por las capitales del mundo, y sirven de ejemplo para los vivos, no por haberlo invitado a confituras, sino por los cuadros en sí. Pintó a Armand, que tenía diecisiete años, que reñía con su padre, quería alistarse o reventar antes que entrar en Correos como su padre, quería no pegar clavo en la vida, […] Armand Roulin, que tenía la barbilla un poco huidiza y la nariz chata de su padre; que tenía ya en los ojos y en las sienes el  mismo velo que su padre, el de los ajenjos y la rebeldía desperdiciada; cuya joven rebeldía fracasó también por culpa del viento y las circunstancias, […] que fue orgulloso sin motivo para serlo, pero al que el pelirrojo dio un aspecto muy digno, orgulloso con razón, como devoto de etiquetas, de cuestiones de honra, con una corbata blanca y una chaqueta amarillo mimosa, efebo y hosco como un general del Imperio, elegante como un Manet, un milord del Café de Athènes, como un hijo de España; al que Van Gogh dio un aspecto muy digno, pero al estilo de Van Gogh, es decir, cenagoso y rutilante, advenedizo.
Retrato de Armand Roulin. Obra de Vincent van Gogh
Pintó también al tierno infante, el pobre Camille, que no es sino légamo mal amasado tocado con una gorra de colegial, envuelto en azul turquí, inmerso en la púrpura de una pared; y, en esa púrpura, cenagoso; […]
El colegial (Camille Roulin). Obra de Vincent Van Gogh
[…] y a Augustine, llevando en brazos a la niña pequeña, a Marcelle, el bulto de ropa sucia nacido en julio, nacido de la semilla de Roulin, a quien Poulin bautizó sin cura y a su estilo, como hacen los republicanos, […]
Augustine Roulin con su bebé. Obra de Vincent Van Gogh
[…] y a Augustine otra vez, sola, señora de Roulin, la soltera de Pellicot, la que acuna, de una pieza, melodramática, vieja como los caminos, como canturreándoles ensimismada desde su isla de la entraña de Arlésa lejanos navieros, con las manos terrosas en oración, pero la cabeza bien perfilada y resplandeciente sobre el fondo de las dalias Veronese, dalia millones, el mismo prado celestial que el de Abatir, su santo esposo.
La Berceuse, retrato de Madame Roulin. Obra de Vincent Van Gogh

 En esta época de Vincent Van Gogh en Arlés, el cartero Roulin le sugirió una generosa carpeta de retratos, pero el pintor despertó en él dudas sobre el arte que aún, casi siglo y medio más tarde, nos seguimos preguntando. ¿Qué provoca el arte?, ¿qué es la pintura?, ¿cómo se manifiesta?, ¿cómo se maneja el mercado del arte?...
[…] la cuestión  que le andaba rondando el pensamiento y, sin duda, no llegaba al nivel de las palabras, pero lo exaltaba y lo colmaba de gran compasión y devoción por el pintor, era la siguiente: se preguntaba por qué artimaña, más perversa que aquella con la que los notarios se incautaron de la república en el 93, por qué peculiar rareza, eso que él creía que era, y que efectivamente era, la pintura, es decir, una tarea humana como cualquier otra, cuya misión consiste en representar lo que está a la vista, de la misma forma que hay tareas que tiene por misión que crezca el trigo o se multiplique el dinero, una tarea pues que se aprende y se transmite, y produce cosas visibles cuyo destino es hacer bonito  en las casas de los ricos o que se cuelgan en las iglesias para arrebatar las almitas de las hijas de María, y en las prefecturas para llamar a los jovencitos a la milicia, a la carrera de las armas, a las Colonias, cómo y por qué, se preguntaba, ese oficio útil y nítido se había convertido en aquella anomalía despótica abocada a la nada, vacía, aquella empresa catastrófica que, a ambos lados de su travesía entre un hombre y el mundo, lanzaba, a diestra, los restos del pelirrojo muerto de hambre, deshonrado, camino del manicomio y consciente de ello, y, a siniestra, esas comarcas deformes a fuerza de tanta elaboración, esos rostros irreconocibles quizá de tanto querer no parecerse sino al hombre, y ese mundo rezuman de un número excesivo de apariencias inhabitables, y astros demasiado cálidos, y aguas para ahogarse en ellas. Allende al melonar, van al paso unos jinetes camargueses, unos vaqueros anteriores a Hollywood, oscuros de arriba abajo, con sus sombreros y sus garrochas, porque el camino está oscuro bajo los robles; Van Gogh no los pinta, lo suyo ahora es el amarillo de cromo número tres, el sol puro; está sudando; Roulin vuelve a plantearse, a su manera, el enigma de las bellas artes.
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Ante la botella, ya sin lacre, el factor intentó saber por qué era Vincent un gran pintor; y el otro le explicó como pudo eso que ni él sabía, eso que nadie sabe; así que Roulin, que asentía con mucha formalidad, se quedó como estaba. El dandy habló de su profesión, de los americanos que saben lo que es hermoso y lo demuestran con sus dólares, de los cuadros de Vincent y Gauguin que ya estaban subiendo rumbo al cielo en las torres de Manhattan, más elevadas y más santas que las de Notre-Dame de la Garde; así que ahí era adonde iba a parar, en última instancia, esos rollos que se enviaron por «pequeña velocidad» en Arlés, en el año 88; es posible que, sin que sirviera de precedente, le divirtiera a Roulin lo tunos que eran los capitalistas.
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Le debía a aquel joven  el haber conocido a un gran pintor, el haber visto y tocado algo en modo invisible, y no a un pobretón a quien se invita a confituras. Y aquel joven, que había aprendido a usar el dinero, como se veía en la chaqueta que llevaba, por sus ademanes, por sus finezas, sabría usar aquel cuadro que ellos tenían, le sacaría mejor provecho. Claro que era un bribón, como lo son todos; pero Roulin, puesto a cavilar, como ya he dicho, era capaz, igual que cualquier hombre, de vislumbrar, al hacerlo, algunos destellos verdaderos o falsos. Roulin cayó en la cuenta de que solo robaba a los muy ricos, quienes, de todas formas, se lo podían permitir […] 
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¿Quién decidirá qué cosas son hermosas y por ello valen mucho entre los hombres o no valen nada? ¿Lo deciden acaso nuestros ojos, que son iguales, los de Van Gogh, los del factor y los míos? ¿Lo deciden acaso nuestros corazones […]
 Así, Pierre Michon, a la vez que repasa episodios vividos por esos cinco pintores, nos introduce en los sentimientos, inquietudes, preocupaciones y dudas de todo artista. Emociones y situaciones que hay que aprender a manejar, y sacarle provecho, como la paciencia, la constancia en el trabajo y la fe en uno mismo; la obsesión y el genio creativo, también el ego y las adulaciones; la lucha por crear una obra maestra; o el enamorarse de la escena que se va pintar.
¿Sabe usted qué es la dicha, señora mía? Esas temporadas de la vida, que con frecuencia pertenecen a la juventud, aunque no siempre, en que uno tiene fe en sí mismo sin tomarse por otro diferente, en que tiene la esperanza de que dentro de un año, dentro de diez años, se hallará al fin colmado, es decir, que habrá llegado a donde quiere llegar, que tendrá lo que quiere tener, que será de una vez por todas lo que desea ser, y lo seguirá siendo; de momento, se sufre, se es algo menos o algo más que uno mismo, pero dentro de diez años ya estará donde quiere estar: y en ese leve sufrimiento consiste la dicha; y todas sabemos que durante esos cinco o seis años Goya fue feliz. Tenía paciencia, quería ser mediocre, se disponía a hacer carrera; para ello, por supuesto, era un tanto charlatán, con una pizca de impostura, talento para el color, para las zalemas a los príncipes, las reverencias, las conversaciones envaradas o rebosantes de ingenio acerca de los maestros, de la técnica, del remate, del resultado: todo ello en compañía de Bayeu, que se tomaba por Mengs; y de Mengs, moribundo ya, pero que no se apeaba del burro de creer que era la encarnación de la teoría en persona hecha pinceles; […]. No, lo serio de verdad, aquello en lo que consiste la pintura, es trabajar igual que rema un galeote en el mar, con rabia e impotencia: y cuando está rematado el trabajo, cuando se abren por un momento las puertas del presidio, cuando está colgado el lienzo, hay que decir a todos, a los príncipes, que se lo creen, al pueblo, que se lo cree, a los pintores, que no se lo creen, que a uno le salió la obra de golpe, contra la propia voluntad y en un milagro acuerdo con ella, casi sin cansancio, igual que una primavera que brotase en la punta de los pinceles, en decir que un algo se adueñó de la mano y la fue guiando de la misma forma que los putti con un solo dedo sujetan un carro; y ese algo es Tiepolo redivivo, […]. 
 Jugó Goya a ese juego durante cinco o seis años, y ahora con dicha y éxito, porque (¿se lo he dicho ya a usted?) ahora sabía pintar, y no ignoraba que sabía pintar. No es que creyese en su pintura, como suele decirse; no es que a partir de ese momento, creyese en la Pintura, en ese algo inaccesible, cuya ausencia y asechanza lo habían torturado antaño, aquella dolorosa esperanza que quizá se había adueñado de él siendo niño, entre santos dorados que lo miraban, le pedían algo, en aquella quimera, más fugaz que una sombra y nunca vislumbrada, fruto de la prodigiosa conjunción de una mano y un limitado espacio que sería el mundo; y el mundo nacería de esa mano. Sí, señora mía, lo que deseó antaño fue que el galeote firmase el mar con su propia mano; y como eso era imposible, ¿por qué no regresar a su banco, entre sus semejantes, penando, dichoso quizá, esperando el rancho, remando? La pintura no era más que eso; y, si no era más que eso, él sabía pintar. Es más que probable que fuese feliz, amarrado a su banco, en la calle del Reloj; Pepa le preparaba el rancho, los príncipes querían una cacería de codornices, una merienda campestre, un columpio, y él pintaba, sin exagerar la nota, fusiles y codornices, racimos de uva, un jamón bajo los árboles, con delicados tonos azules, con tonos rosa, con tonos rojos esperados, pero que parecen brotar espontáneamente, Giaquinto tal cual. ¡Qué descanso! Pensó que por fin había acabado la lucha. Iría ascendiendo tranquilamente, camino de su muerte, la de un  pintor excelente.
Un pavo muerto y Aves muertas. Francisco de Goya
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Dos mañanas le llevó pintar mi rostro en ese templete glaciar que he mencionado. Por lo demás, el lienzo estaba ya casi acabado cuando yo llegué: era un Pierrot de gran tamaño, con las manos colgando y el porte de un simple. […] Me quedé atónito ante aquella cosa grande y blanca; él fingió caer en la cuenta de mi apuro, que, por descontado, tenía previsto; se disculpó mucho –y reía– y yo hice por reírme también: ¿no era acaso mi rostro el de un hombre cualquiera? Y, además, ¿quién iba a reconocerme en las casa de los gentileshombres en las que estaría colgado nuestro cuadro? Empecé a posar. […]
 Hablaba poco mientras pintaba, pero maldecía mucho. No llevaba ni peluca ni gorro, y sí un camisola inverosímil; se limpiaba los pinceles en las medias; sumemos a ello su expresión ofuscada, su flacura; era, en una palabra, un pintor como el vulgo se imagina a los pintores, como yo también me los imagino: vanos y verídicos, muy afectados y muy serios, y es harto posible que en esa afectación consista esa seriedad, que sólo ella los persuada de que son pintores y los obligue a pintar, escenas pastoriles u obras maestras, bufonadas o Apariciones; ellos también, qué remedio, se toman por luminarias. Y el mío ponía en ello un gran empeño.
Pierrot, Antoine Watteau
Yo tenía que socorrerlo y sabía perfectamente que las exhortaciones piadosas no le hacían sino poco efecto; no sé por qué se me ocurrió alabar sus cuadros, a mí, que tan mal puedo opinar sobre ellos y no me había atrevido a hacerlo ni poco ni mucho hasta entonces; no pedía él, por lo demás, a nadie opinión alguna, ponía coto en esa agraviada o socarrona confianza en sí mismo de la que ya he hablado. Le dije, pues, el placer que me causaban sus obras, sus horizontes y sus marquesas. ¿Cómo no me había percatado de que padecía la enfermedad del orgullo? Se enderezó a medias, apoyándose en el codo, y me miró fijamente; es probable que fuera ésta la primera vez en que le parecía yo interesante, en que era yo algo más que ese Zani que le inspiraba afecto, ese cura del que se burlaba; un poco lo compensaba de sus penalidades, mas no lo suficiente, nunca sería lo suficiente. Ejercí de hipócrita y le aseguré que, al final, había conseguido simular el mundo; era una mentira tan burda que no pude seguir con ella.
******
Y, en medio del cielo colmado de embriaguez y cantos, Lorentino puso un trozo hermoso de más allá, esa aureola que marcó a punzón, que rodeó de lirios y amasó con oro; y, con la cabeza así tocada, el santo cortaba el manto con manos de modista, blandas y exaltadas, puntillosas, no se había apeado del caballo y se inclinaba como una madre joven hacia el anciano mendigo; y, de remate, un niño muy serio sujetaba las riendas y nos miraba, un niño que era la esperanza en persona, ángel o joven criado, de mejillas  sonrosadas, descalzo en las violetas de los bosques. Lorentino reía al dar aquel color violeta. Quién puede saber qué fue. Pero fue una obra maestra, porque Lorentino puso en ella lo mejor de sí mismo, se la dedicó a quien había que hacerlo, y lo mejor de cada cual dedicado a quien hay que dedicárselo es, qué duda cabe, una obra maestra.
  Diosa estuvo mirándolo mucho durante todo el tiempo que tardó en pintar aquel cuadro: pues tenía en todo esa misma mano que antaño puso sobre ella, pero no sabía en qué la estaba poniendo. Se dijo que quizá pudiera tener vestidos, aunque ahora más bien los tendría Angioletta. 
 Y Bartolomeo sí tenía un maestro. El discípulo vio trabajar a un maestro entre el Miércoles de Ceniza y Pascua. No sabemos qué hizo él, quizá una obra maestra también, cuando andaba por los sesenta, o quizá nada.
San Louis de Toulouse
Obra de Lorentino de Arezzo
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Se hincaban a pie firme, sin prisa, respingaban la nariz, olfateaban el aire, con una extensa mirada neutra abarcan los horizontes, la escapada de los caminos, los rebaños; cruzaban unas cuantas palabras, titubeaban o argumentaban, hacían de repente un ademán amplio y algo parecía interesarlos muy mucho, allá, por donde caía un bosque ralo en el que se desplomaba una cascada escasa, delante de una lindes donde la luz y la sombra se disputaban las frondas de la misma forma que lo hacen mientras dura el verano sin que de ese tropezar nazca nada que no sean frondas: así que se señalaban mutuamente esto o aquello y yo también miraba hacia aquellos lugares y abría mucho los ojos para ver qué había por allí que resultase tan pasmoso, una bella durmiendo en aquel bosque y, por qué no, orinando, o una madona de verdad alzándose en pleno cielo, mas sólo había hojas y agua, y cielo. Yo soplaba a más y mejor en el silbato. Ellos salían un tanto de su éxtasis estrambótico; sacaban de la funda del arzón sus diminutas herramientas, papeles y minas, se ponían a gusto, sentados a lo sastre, cruzando las botas, o recalaban en un talud y se pasaban las horas muertas haciendo dibujillos. Sí, eso es, eran los pintores.
Paisaje con Santa María de Cervello, de Claudio de Lorena

 Muchos siglos han transcurrido desde los inicios de la historia del arte. Han mejorado los materiales, las técnicas y los procedimientos, han evolucionado los estilos y también los intereses, pero la esencia del arte y de los artistas sigue siendo la misma. Algo perpetuo e invariable que nos sobrevivirá.

Los textos a color pertenecen a la tercera edición de Señores y sirvientes, de Pierre Michon. Editado por Anagrama en una traducción de María Teresa Gallego Urrutia.

lunes, 1 de julio de 2019

ARTE


Arte de Yasmina Reza y viñeta de El Roto. Fotografía: Lucía Rodríguez

La primera definición que encontramos de Arte en el diccionario de la RAE es: "actividad humana que tiene como fin la creación de obras culturales". Explicación que de nada nos sirve cuando nos plantamos delante de un cuadro en blanco como el que protagoniza la obra de teatro de Yasmina Reza que ilustra esta entrada.
MARCOS, solo. 
MARCOS: Mi amigo Sergio se ha comprado un cuadro. Es una tela de aproximadamente un metro sesenta por un metro veinte, pintada de blanco. El fondo es blanco y si entornamos un poco los ojos, podemos percibir unas finísimas líneas blancas transversales.
 Mi amigo Sergio es amigo mío desde hace tiempo. Es un muchacho que ha triunfado, es médico dermatólogo y ama el arte.
 El lunes fui a ver el cuadro que Sergio había adquirido el sábado pero que ya codiciaba desde hacía varios meses. Un cuadro blanco con unas líneas blancas.
 Estamos ante una obra inteligente que me ha hecho recordar una de las viñetas de El Roto, así como otras que creó para desvelar las jugadas y manipulaciones que se dan en el mercado y las ferias de arte contemporáneo.

Viñeta de "El Roto"

Viñetas de Andrés Rábago García, "El Roto"

 Fueron los Reyes Magos los que me trajeron el libro hace ya dos navidades y, aunque lo leí en su momento, lo he vuelto a releer estos días, como cuando te gusta mucho una película y al tiempo la repites en el blu-ray. Estamos ante una obra de teatro, así que la lectura dura lo que dura la interpretación, con el placer de ser tú quien le ponga rostro a los actores conforme pasas las páginas. Los gestos, las expresiones y las entradas y salidas a escena de sus tres personajes discurren en tu mente como si en lugar de estar sentado en el sofá de tu casa estuvieras sentado en el patio de butacas.
 Por la obra desfilan palabras como: el artista, el coleccionista, el precio y la firma, el esnobismo y la falta de criterio, el modernismo, la deconstrucción, Séneca y San Juan de la Cruz…, y mientras tanto, los protagonistas discuten, se reconcilian, se reprochan o se sinceran. Y es que Arte es un reflejo de las relaciones interpersonales y de los engaños bienintencionados, y de cómo tiembla nuestra realidad cuando esas mentiras acalladas pasan a ser verdades.
 La obra fue estrenada en España bajo la dirección de José María Flotats en 1998, actuando él mismo junto a José María Pou y Carlos Hipólito. Desde ese año muchas han sido las representaciones y diversos los actores que han continuado dándole vida. Aquí os dejo un fragmento de la obra que dirigió Miguel del Arco en el Pavón Teatro Kamikaze de Madrid en 2017, interpretada por Roberto Enríquez, Cristobal Suárez y Jorge Usón.


 Para los que queráis seguir indagando en la cuestión de qué es el arte, os dejo el enlace al podcast del episodio 6 del programa de RNE Punto de fuga dirigido por Ana Morente.
Último episodio de Punto de fuga. Epílogo en el que contaremos con la colaboración especial del Director del Museo del Prado, D. Miguel Zugaza. Capítulo final en el que recopilamos la reflexión que en los pintores y críticos ha suscitado a lo largo de estas décadas el hecho de la pintura. Escucharemos respuestas a preguntas como ¿qué es el arte?, ¿para qué sirve? o ¿qué es un cuadro? en la voz, el pensamiento y la sensibilidad de todos los que han ido apareciendo a lo largo de los cinco episodios anteriores. Gaya, Caneja, Guerrero, Torner, Zóbel, Palazuelo, Asins, Saura, Barceló, Canogar, Sempere, Genovés, y un largo etcétera en el que faltan muchos (imposible abarcar todos los que fueron y son) pero en el que nos acercamos al corazón de la pintura para intentar trasladar este mundo de los ojos a vuestros oídos.
Punto de fuga – Episodio 6 – 15/08/2015: 
http://mvod.lvlt.rtve.es/resources/TE_SPUNFUG/mp3/2/4/1439677090342.mp3

 Arte de Yasmina Reza ha sido versionado al español por Josep Maria Flotats y publicado por Anagrama en marzo de 1999. Mi ejemplar es una séptima edición del 2009; aunque la última acaba de aparecer este mes con motivo de los 50 años de Anagrama.

miércoles, 31 de agosto de 2016

UN MUNDO DE LOS OJOS PARA TUS OÍDOS: PUNTO DE FUGA


 "Hoy día, la web está llena de imágenes, lo que no hay son las ideas, el pensamiento de los autores. Eso es lo que encontrará en Punto de fuga". Ana Morente.

 Casi con la misma intención que un punto de fuga nos sitúa en las perspectivas de un dibujo, Ana Morente se ha servido de este concepto para titular los seis programas radiofónicos en los que nos orienta sobre la posición del arte desde poco antes de la década de los 50 hasta estos días. 

 "El arte es una manifestación del ser humano, espontánea, innata, que no todos podemos tener o dominar y que si desapareciera, realmente nos haría la vida muy difícil." Rosa María Mallet. 
 "De lo que ha hecho hasta ahora la humanidad, lo más valioso es el arte. [...] ¡no hay nada más valioso! [...] si al mundo le quitas el arte, la vida no merece la pena." Dis Berlin.

 Estructurados por décadas y con la intervención  de artistas, galeristas, críticos, directores de museo y fundaciones, y la recuperación de archivos de RNE, constituyen todo un reflejo de la historia más reciente de la pintura en España y un recopilatorio de opiniones y vivencias contadas directamente por los protagonistas: los que viajaron a París y los que se quedaron, los que se enfrentaron a la posguerra y al franquismo, los que formaron parte de la movida madrileña y los que ya en los 90 dieron pie a esa multivariedad de expresiones artísticas que conforman el arte contemporáneo. 
 Cubismo, surrealismo, expresionismo, abstracción, El Paso, el Grupo de Cuenca, Equipo Crónica, los Coctus..., de todo ello escuchamos hablar en los cincuenta y tantos minutos que dura cada programa.
 Todos son interesantes, pero en el que más me he detenido ha sido en el episodio 6 y último, que en base a tres preguntas: ¿qué es el arte?, ¿para qué sirve el arte? y ¿qué es un cuadro? recoge las opiniones de más de cuarenta intervinientes. Diferentes enfoques y respuestas (líneas) que se dirigen a la misma esencia (punto), manteniendo así cierta relación con la definición de punto de fuga: "aquel lugar donde las rectas paralelas se juntan de acuerdo a las perspectivas", "tantos como la cantidad de direcciones que haya en el espacio en cuestión".

 "El arte, fundamentalmente, es reflexivo [...] tú te empiezas a preguntar: ¿y por qué eso es bello?, ¿cómo puedo construir algo que es bello?, ¿cómo puedo pensar un poema? [...] Eso es arte, la reflexión sobre la belleza." Guillermo Pérez  Villalta. 
 "El arte es una herramienta muy importante para poder sobrevivir en el caos en que nos vemos inmersos social y natural, o..., bueno, es una respuesta a la vida." Santiago Mayo.
 "Yo creo que rompe la ortogonalidad de la vida que tenemos que tener, rutinaria, el trabajo y tal. Es la expresión del ocio quizás. El auténtico ocio." Abraham Lacalle.

 Lo escuché la primera vez del tirón, y a los pocos días volví a repetir anotando lo que me llamaba la atención. Fueron tantas las notas que al final opté por dejar la libreta y transcribirlo todo a un archivo word, al que seguro recurriré en más de una ocasión.

 "La pintura siempre es una aventura. La pintura es el bucear dentro de uno mismo y nunca es igual. [...] Y para mí esto es la pintura." Juan Genovés.
 "Yo no sé lo que es la pintura, no puedo explicar pintura tampoco; y entonces para eso pinto, para entenderlo." Esteban Vicente.
 "Sí, el cuadro es como una especie de espejo, el cuadro es el espejo de nosotros mismos, están todos los gestos nuestros [...]" Antonio Saura.
 "Un cuadro es un trozo acotado de un espacio [...] donde verdaderamente se expresa y se vierte todo eso que tenemos dentro y que es necesario transmitir, y que necesitamos transmitir." Soledad Sevilla.

 Haced como yo y valeos de la tecnología online, y encontrad el momento porque merece la pena: una apuesta por la cultura cercana a cualquier público, sin tecnicismos y con una amplia y amena participación de pintores; algunos de los cuales los he descubierto sobre la marcha.
 Además, ese rato llegó a convertirse en una válvula de escape, y es que -igual os parece una tontería- por esa lucha que muchos tenemos para disponer de "tiempo", los oía desde el móvil mientras cocinaba. Era todo un alivio mantener la cabeza en otra onda mientras hacía esa tarea rutinaria. 
 "Pues sirve para eso, para que la gente sea más sensible, sea más sabia, sea más inteligente; para elevar el nivel de la sociedad; para que seamos menos obvios, menos simples, seamos más sofisticados, más complejos. [...] Para mí es una puerta al conocimiento, a la sensibilidad y al crecimiento como persona y como sociedad." José Guirao.
 "¿Para qué sirve? Pues desde mi punto de vista, para ensanchar nuestra experiencia de la vida. [...] algo que nos hace experimentar la vida con mayor intensidad." *
 "No hay que buscarle una utilidad, sino que esta utilidad aparece o se manifiesta de una forma inconsciente. Pero regreso a la respuesta anterior: si desapareciera, el mundo resultaría mucho más insufrible." *

 Muchas gracias a Ana Morente y a sus colaboradores por llevar a cabo este tipo de iniciativas; y enhorabuena a Pedro Calvo que tan buen fondo musical crea.

 Además de ser la directora y guionista de los programas de radio Punto de fuga y La radio tiene ojos, Ana Morente dirigió los documentales Imprescindibles sobre Chema Madoz y Juan Genovés, que no dudo que cualquier día aparezcan por este blog.

 En este enlace podéis acceder al audio de Punto de fuga.
http://www.rtve.es/alacarta/audios/punto-de-fuga/

Y este otro os llevará a La radio tiene ojos.
http://www.rtve.es/alacarta/audios/la-radio-tiene-ojos/

* Disculpad pero no pude identificar al participante.

martes, 24 de mayo de 2016

DE TIZIANO Y EL COLOR DE LOS DOLOMITAS

De vez en cuando, Pedro me lee algún texto sobre pintura; líneas que aparecen en el libro que está leyendo en ese momento y en el que a priori no tendría que aparecer nada relacionado con el arte. Referencias que no dejan de sorprenderme. La última viene envuelta en una recopilación de artículos y relatos del italiano Dino Buzzati, textos relacionados con la montaña que editó recientemente Gallo Nero bajo el título Los indómitos de la montaña.

Detalle de Presentación en el templo de Tiziano

Pero en tiempos de Tiziano las montañas, incluidos los Dolomitas, no interesaban, puede decirse incluso que no existían: no eran más que unas cosas inmensas e incómodas, generalmente hostiles. Fueron los románticos quienes los descubrieron. Prueba de que Tiziano no se había fijado en ellos ni les daba la menor importancia -hecho absolutamente cierto- es la total ausencia de los Dolomitas en sus cuadros. Y sostener, como hacen mucho, que son las Marmarole las rocas que sirven de fondo a la Presentación en el templo es no tener ni idea de qué son los Dolomitas y, sobre todo, dudar del Maestro: esas montañas genéricas no tienen ni la forma ni el color ni el espíritu -que es lo principal- de las auténticas Marmarole.

Presentación en el templo, obra de Tiziano
óleo sobre lienzo, 335 x 775 cm (1534-1538)
Galería de la Academia, Venecia

 Y junto a esa disertación, nos encontramos esta otra sobre el color de los Dolomitas y la dificultad de pintarlos:

Algunos días claros de otoño, incluso desde los tejados más altos de Venecia y sin necesidad de prismáticos, se pueden distinguir los Dolomitas. Y no solo su confuso perfil de cordillera, esa misteriosa barrera de montañas que cierra el Norte. También se reconocen sus colores. [...] ¿Y de qué color son? ¿Se puede encontrar un adjetivo exacto para definir ese tono, tan diferente del de todas las demás montañas, [...]? No, no existe un adjetivo tan preciso, porque más que un color preciso es una esencia, una materia evanescente que desde el alba al ocaso asume los reflejos más extraños: grises, argénteos, rosas, amarillos, púrpuras, violetas, azules, sepia... Y sin embargo es siempre la misma, igual que es la misma una cara humana tanto si la piel está pálida como si está bronceada. 
 Para demostrar cuán inasible es el color de los Dolomitas tenemos un fenómeno singular: que nosotros sepamos, representan el único espectáculo de la naturaleza con el que no han podido los pintores, ni siquiera los mejores. Decir nombres sería una falta de generosidad, porque cuando algún artista ha conseguido plasmar en la tela la verdadera luz que emanaba de la montaña -algo que rara vez ha sucedido-, ha fracasado en todo lo demás: la estructura, los rasgos... el parecido, en definitiva; y el resultado se reducía a un apunte de color, un boceto insuficiente. Sin embargo, cuando el artista ha conseguido "captar" el parecido -como ocurrió con el inglés Compton, que fue uno de los pocos que lo lograron- y definir su forma de un modo persuasivo, el matiz de color se le ha escapado.

Dolomitas
Edward Theodore Compton (1849-1921)

 Vayan se lo ruego, y contemplen con atención este espectáculo al que nosotros los italianos ya no hacemos caso. Se ha convertido en algo habitual, y eso que es sin duda una de las vistas más bellas, poderosas y extraordinarias que nos ofrece este planeta. Solo para verlo de pasada ya valdría la pena venir ex profeso desde Australia.

 Googleando los cuadros del inglés E. T. Compton (1849-1921), me he encontrado con estas tarjetas postales de los años 20 en el blog Dolomiti Patrimonio Dell' Umanità, del Instituto Statale D'Arte de Cortina D' Ampezzo. Y ¡sorpresa!, resulta que son del hijo de éste, Edward Harrison Compton, nacido ya en Alemania. Por cierto, en el blog confunden al inicio al padre con el hijo, lo que me ha obligado a mirar un montón de páginas para cerciorarme del tema.

Dolomitas
Edward Harrison Compton (1881-1960)

Dolomitas
Edward Harrison Compton (1881-1960)

Dolomitas
Edward Harrison Compton (1881-1960)

Dolomitas
Edward Harrison Compton (1881-1960)

Recuerdo que de niño, tendría yo cinco o seis años, intenté dibujar las montañas que se ven desde nuestra casa, a dos pasos de Belluno. Todas las demás montañas consiguieron, en mi dibujo, tener jorobas más o menos redondeadas o más acentuadas, pero donde está el Schiara salió, en cambio, un mazo de puntas afiladísimas, una selva enloquecida de pináculos inverosímiles que no se parecía en nada al Schiara. Se ve que en mis fantasías infantiles el Schiara encarnaba la personalidad de los Dolomitas grandes y terribles, castillos inaccesibles y salvajes. Luego, pensando en aquel dibujo, me di cuenta de por qué los antiguos cuadros y grabados ofrecían retratos absurdos de las montañas, imágenes sin ninguna semejanza con la realidad. Los antiguos, para quienes las montañas no tenían el menor interés, no sabían "verlas", no se fijaban en ellas, y en su presencia se sentían exactamente como yo a la edad de cinco o seis años.








Los párrafos de Los indómitos de la montaña, de Dino Buzzati, están extraídos de la primera edición, publicada por Gallo Nero en enero de 2016, con traducción de Amelia Pérez de Villar.
http://www.gallonero.es/los-indomitos-de-la-montana/

Podéis leer la crítica literaria que Pedro le ha hecho a este libro pinchando sobre el siguiente enlace:
http://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com.es/2016/05/los-indomitos-de-la-montana.html


lunes, 18 de enero de 2016

DE MÁSCARAS MORTUORIAS, BEETHOVEN Y ANDRÉS GARCÍA IBÁÑEZ


Mascarilla mortuoria de Beethoven, óleo sobre papel 40 x 30 cms., 2015
Obra de Andrés García Ibáñez

Uno regresa de Bonn con una máscara mortuoria* de Beethoven en la maleta. Deshace el equipaje con el pensamiento aún puesto en Alemania, y deja la reproducción sobre una mesa del estudio, al lado de un vaso con agua donde unos días antes de partir había dos rosas hermosas. Luego trata de recobrar la normalidad, de volver a la rutina familiar después de los desajustes que provoca todo viaje.
 Ese uno es Andrés García Ibáñez y, al día siguiente, al levantarse y ver la mascarilla funeraria junto a las flores ya marchitas, se da cuenta de que allí hay un cuadro. Así que prepara la paleta, mete en el equipo de música un CD de Beethoven, y empieza a pintar poseído por la cantata fúnebre por la muerte de José II, donde hasta las notas parecen elevarse buscando la luz.
 Al terminar de pintar, Andrés transcribe a lápiz, sobre la parte del papel que ha dejado en blanco, la estrofa de la composición que se le ha quedado enredada en la cabeza:

    Da stiegen die Menschen ans Licht
    Da drehte sich glücklicher die Erd'um die Sonne
    Und die Sonne wärmte mit strahlen der Gottheit!

    Entonces la humanidad ascendió a la luz
    La Tierra giró felizmente alrededor del Sol
    ¡Y el Sol calentó con los rayos de la divinidad!


Mascarilla mortuoria de Beethoven, óleo sobre papel 30 x 40 cms., 2015
Obra de Andrés García Ibáñez

 Y es ahora en Málaga, lejos de Olula del Río y más lejos todavía de Alemania, cuando escucho la música e imagino la escena.





 Para ver la serie completa, La máscara de Beethoven, podéis pinchar en el siguiente enlace:
http://museocasaibanez.org/ibanez/obras/?serie=37

*Máscara mortuoria o mascarilla funeraria: Vaciado que se saca sobre el rostro de un cadáver para obtener una copia fiel del rostro de esa persona. Esta moda fúnebre se puso de moda en Europa entre los siglos XVIII y XIX.

domingo, 27 de diciembre de 2015

HISTORIA DE LA BELLEZA


"¿No le parece que nuestros amigos se preocupan poco de la Belleza. Y sin embargo es en el mundo lo único importante?" 
Flaubert en una carta a su amigo Turguéniev

Portada Historia de la Belleza
Fotografía: Lucía Rodríguez

Durante muchas semanas he estado inmersa en Historia de la Belleza. Un libro bello: por las imágenes que contiene, por los textos que las acompañan y por la manera en la que el autor recorre la historia del arte -sin ser un libro de historia del arte-.


Historia de la Belleza (Fotografía: Lucía Rodríguez)

 Buscando el sentido, el significado y los referentes de la belleza a lo largo de la historia de la humanidad, Umberto Eco y Girolamo de Michele han realizado un extenso pero a la vez concentrado estudio de ésta, relacionándola con aspectos filosóficos, sociales, plásticos y literarios.


Historia de la Belleza (Fotografía: Lucía Rodríguez)

 En sus páginas repasan todo ese pensamiento que ha influido en la concepción de lo bello, mostrándonos cómo ha quedado plasmado en la pintura, la música, la escultura, la poesía, la fotografía, el cine, la arquitectura, el diseño, la publicidad y todas esas otras expresiones artísticas que engloban el arte contemporáneo como los happenings, las instalaciones, las performances o las videocreaciones.


Historia de la Belleza (Fotografía: Lucía Rodríguez)


Historia de la Belleza (Fotografía: Lucía Rodríguez)

 Es un libro para tenerlo siempre cerca: en la mesita de noche, en la mesa del salón o en la de la cocina -donde yo lo tengo-, y leerlo despacio, por partes, y puede que, como me ha pasado a mí, con el google abierto, para acceder o ampliar la información que presenta, pues no se trata de una lectura fácil. Está escrito con un lenguaje erudito que a veces te desconcierta y te hace releer el párrafo, pero eso hace que uno se aplique más a la tarea, como si fuéramos de nuevo estudiantes que han de exprimir los textos de los maestros para sacar de ellos sus enseñanzas.


Historia de la Belleza (Fotografía: Lucía Rodríguez)


Historia de la Belleza (Fotografía: Lucía Rodríguez)

 Con el poso de su lectura y tantas imágenes en la cabeza, ya solo nos queda ir en busca de la belleza. Una belleza con la que nos tropezamos a menudo en nuestro día a día. A veces con la propia palabra en sí, como me ocurrió el mes pasado al pasear por el Barrio de las Letras de Madrid;

¡La belleza! Barrio de las Letras, Madrid (Fotografía: Lucía Rodríguez)

o el otro día al abrir el periódico y ver que el amigo Miguel Torres ha ganado un nuevo premio literario (el Francisco Ayala) con una obra que se llama precisamente La belleza.

http://www.diariosur.es/culturas/libros/201512/17/escritor-miguel-torres-suma-20151217104050-v.html

 Y en otras ocasiones, nos la topamos en cosas tan sencillas como la orilla de una playa como ésta, donde me senté a leer hace unos días aprovechando los días cálidos de un invierno que parece no querer comenzar.

Historia de la belleza (Fotografía: Lucía Rodríguez)
 
Buscad, buscad, y si queréis haceros ya con un ejemplar, podéis pinchar en el siguiente enlace para que te lo lleven a casa.