Mostrando entradas con la etiqueta Fotoperiodismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fotoperiodismo. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de abril de 2020

ORIANA FALLACI, LA CORRESPONSAL. RETRATO DE UNA PERIODISTA DE LEYENDA


La corresponsal, de Cristina De Stefano (Editorial Aguilar, 2015)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Hace ya tres semanas que se proclamó el estado de alarma por la pandemia de coronavirus, y yo, que soy enfermera, tan solo salgo de casa para cubrir mis turnos en el servicio de Lactantes del Hospital Materno Infantil de Málaga. En mi planta la situación no es tan trágica y penosa como en otros lugares. Por eso, reconociendo el mérito a otros compañeros, mis aplausos de las ocho de la tarde se los dedico a los que están en primera línea, expuestos al contagio y con las emociones a flor de piel.

 El Covid-19 constituye todo un reto para médicos y científicos, supone la pérdida de miles de personas, de seres queridos, y reportará a su paso tragedias personales y económicas que dejarán mellas comparables con las que causan las guerras.
 Pero "guerra", batalla", "lucha" son palabras que no me gusta emplear. Los conflictos bélicos los crean los hombres y esto ha sido cosa de la naturaleza, que se rebela del trato que le damos o que actúa por causas azarosas. La irrupción de un fenómeno imprevisto, como la erupción de un volcán, un terremoto o un tsunami que barriese nuestras costas. El coronavirus ha desplazado de los informativos a todas esas guerras que continúan latiendo en el mundo. ¿Qué ocurre ahora con Siria?, ¿con los refugiados que se desplazan desde Turquía?, ¿con los rohingyas en Bangladesh?, ¿con las pateras que se adentran en el Mediterráneo?, ¿con las guerras de Yemen o Sudán del Sur?

Viñeta de El Roto (Diario El País)

 En estos días de confinamiento retomé la lectura de La corresponsal, la biografía de la periodista italiana Oriana Fallaci que me regalaron por navidades. La empecé en su momento con el entusiasmo de la novedad, pero por falta de tiempo quedó varada en la mesita de noche a cien páginas del final. La vida de la Fallaci es tan intensa, tan fascinante, que retiré el marcapáginas e inicié su lectura desde el principio para volver a meterme de lleno en su historia y acabarla de un tirón.

Oriana Fallaci en Vietnam

 Me pregunto ahora a quién entrevistaría Oriana Fallaci en estos momentos. Ella que se plantó delante de los políticos y de los personajes más importantes de su época –Gadafi, Yasser Arafat, Henry Kissinger, Husayn de Jordania, Indira Gandhi y un largo etcétera– , y los entrevistó de manera peculiar e inquisitiva.
 Además de periodista, Oriana fue una grandísima escritora que vendió millones de ejemplares de sus libros: Nada y así, Penélope en la guerra, Inshallah, La rabia y el orgullo 

Oriana Fallaci delante de su Olivetti. Fotografía: Edoardo Perazzi

 Oriana Fallaci probablemente habría desaprobado este libro, pues nunca quiso que se publicase ninguna biografía sobre ella.
«Nunca he autorizado ni autorizaría nunca una biografía. Te lo he dicho mil veces. Mis abogados han detenido siempre a los que querían escribir mi biografía personal, es decir, la historia de mi vida y de mi familia. Y ya sabes las razones. Una es que no confiaría a otra persona la historia de mi vida; otra que los biógrafos son traidores como los traductores, de forma que, ya sea de buena o mala fe, se equivocan siempre; otra que estoy obsesionada con la intimidad».
 Es evidente que Cristina De Stefano, la autora de esta biografía, no ha seguido los deseos de la Fallaci –fallecida en 2006–, pero también es cierto que nos ha dado la posibilidad de conocer a una gran leyenda, y eso, bien puede perdonarle la falta.

 La lectura de La corresponsal (Oriana. Una donna) nos da a conocer a una referente del periodismo por su estilo propio de escribir entrevistas: tratadas como relatos en las que se posiciona ante el entrevistado y el tema, dejando bien clara su opinión.

Oriana Fallaci entrevistando a Gaddafi
Fotografía: www.oriana-fallaci.com

 La italiana pasó por Hollywood, por Oriente y Asia, por la NASA, por Vietnam, por México, por Líbano..., dejando testimonio de lo que ocurría en el mundo. Cristina De Stefano se vale de la obra escrita por la periodista, de las cartas, de conferencias y de conversaciones con amigos y familiares para introducirnos en los sentimientos, los miedos, las dudas, las luchas, los amores, la fuerza y el magnetismo de la Fallaci. El libro está escrito con ritmo y con un tono de intimidad tan cercano que, a veces, sientes que es la propia Oriana la narradora, como si de una autobiografía se tratara.

Oriana Fallaci entrevistando a Paul Newman en 1960
Fotografía: www.oriana-fallaci.com

 No voy a pisaros nada de la lectura. Descubrid vosotros mismos cómo en sus páginas no solo aparece un icono del periodismo al que los entrevistados temían por su dureza, frialdad y aspereza, sino también una mujer vulnerable, dulce y temerosa, cuya profesión se gestó en su infancia, entre libros y partisanos.
Creció en una casa donde se leía mucho y donde los libros se compraban a plazos. Cosa rara, tratándose de personas de su extracción social, sus padres eran apasionados de la literatura. «Éramos unos pobres llenos de libros, porque mis padres tenían "el vicio de leer", como decían ellos. De manera que la casa siempre estaba abarrotada de libros, que por lo demás eran sagrados. Porque eran un lujo, nuestro lujo, y eran la cultura». Ya adulta contó conmovida que los únicos objetos que su padre le había dejado al morir eran dos grandes volúmenes de la Biblia ilustrados por Gustave Doré. 
 La biblioteca de su casa se encontraba en un saloncito bautizado como la «habitación de los libros» y en su interior el lugar más sagrado era la estantería que contenía los libros de Edoardo. Desde que era niña, Oriana durmió en esa habitación llena de volúmenes. Su cama era un sofá «minúsculo». Uno de los estantes estaba presidido por un gran tomo en cuya cubierta aparecía una mujer con velo que la atraía de forma irresistible, al igual que su misterioso título: Las mil y una noches. Fueron los cuentos de su infancia y la acompañaron el resto de su vida. De hecho, nunca dejó de comprar nuevos ejemplares, con frecuencia en valiosas ediciones antiguas. 
 «El mueble con las puertas acristaladas era mi paraíso prohibido, porque mi madre no me dejaba abrirlo». Tenía nueve años cuando, por fin, le permitieron tocar uno. Llevaba varios días enferma con fiebre y por ello obligada a guardar cama. Al final, su madre abrió la puerta y le tendió un volumen. Era La llamada de lo salvaje, de Jack London. Oriana se enamoró desde las primeras líneas del perro Buck y de su lucha por recuperar la libertad. Se pasó la noche leyendo, mientras su madre refunfuñaba en su cama: «¡apaga la luz! ¿Quieres apagar la luz y dormir?». Años más tarde contó la emoción que le había producido esa lectura. «Buck fue para mí una lección de guerra, de guerrilla de vida. Y, como tal, guio mi adolescencia, la época dorada, la que me llevó a ser lo que espero y trato de ser: una mujer desobediente, que no tolera la imposición, sea cual sea. Otros tuvieron héroes más importantes. El mío fue un perro».
****** 
Desde que tenía cinco o seis años pensaba ser «escritor» (así dijo siempre, negándose a usar el género femenino de la palabra). Era algo que sentía en su interior como una certeza. «¡Eh! ¡Escritor, escritor! ¿Sabes cuántos libros debe vender un escritor para ganarse la vida?», repetía su padre mientras le contaba la vida llena de dificultades de Jack London, entre trabajos esporádicos y periodos de hambre extrema. El tío Bruno la regañaba: «¡Primero hay que vivir y luego escribir! ¿Qué quieres escribir si no sabes nada de la vida?». Y luego le contaba que Tolstói había podido escribir sus novelas porque era príncipe y que Dostoievski ganaba en el casino el dinero que le permitía mantenerse. «Así que entre todos me desanimaron; me metieron en la cabeza que ser escritor era cosa de ricos y viejos. De manera que yo no podía serlo, porque era pobre y joven». Convencida de que debía esperar a tener la edad adecuada y la condición económica justa, empezó a pensar en dedicarse al periodismo, un compromiso que todos en la familia consideraron honorable.
******

Oriana, mensajera partisana a los 14 años
Fotografía: orinafallaci.altervista.org
En la Resistencia el nombre de batalla de Oriana era Emilia: se lo había elegido Margherita Fasolo, que había sido su profesora de Filosofía en el colegio y que por aquel entonces combatía con los partisanos. La niña era ingeniosa, llena de inventiva, y la utilizaban sobre todo como correo, para llevar manifiestos, periódicos, mensajes, en ocasiones incluso armas. Si tenía que transportar una bomba de mano, la escondía en una lechuga grande, después de haberla vaciado y colocado en la cesta de la bicicleta. Si había de entregar algún mensaje, doblaba las hojas hasta hacerlas minúsculas y se las metía en las trenzas. Un día, mientras transportaba un paquete de periódicos clandestinos se cayó de la bicicleta y volcó el precioso contenido al suelo. Lo recogió a toda prisa, mirando alrededor, aunque nadie parecía estar prestándole la menor atención. Era muy pequeña y aparentaba menos de catorce años, de manera que pasaba inadvertida.
 Son días extraños, silenciosos y vacíos, y qué mejor manera de llenarlos y de vivirlos que con vidas tan vibrantes y fascinantes como las que encontramos en los libros. Yo ya tengo mi provisión para las próximas semanas. Y los que no la tengáis, recordad que las librerías siguen al pie del cañón llevándote los libros a casa por mensajería.

 El mundo no se va a acabar con el coronavirus. El Covid-19 es solo una piedra más (eso sí, muy grande) de las que nos podemos encontrar en el camino.
A pesar de que Tosca era más dulce que Edoardo, también trataba a Oriana como a una adulta, intentando enseñarle que la vida era una guerra continua que solo se ganaba con la tenacidad: «Un día, mi madre, mientras caminábamos por un camino pedregoso, exclamó "¡Vamos, sigue!". "Cógeme en brazos, está lleno de piedras", respondí yo. Y ella me contestó: "El mundo está lleno de piedras, no tardarás en darte cuenta"».

#QuédateEnCasaLeyendo

lunes, 25 de febrero de 2019

LO QUE DA DE SÍ UNA FOTO

Creo que esto es lo que pretenden los de El País con su sección "Exposición", que si la imagen que publican te gusta, si te llama, si te pellizca... seas tú quien se encargue de saber más.
 Eso fue precisamente lo que me pasó con Cruzar el muro de Kirsten Luce... que me picó la curiosidad.

Puerta hacia el parque de Anzaldúas, Texas (Estados Unidos)
Fotografía: Kirsten Luce

 Empecé a googlear y descubrí las restantes cinco imágenes que componían la serie, pues el periódico siempre selecciona seis fotografías, no más.

Patrulla fronteriza. Peñitas, Texas (Estados Unidos)
Fotografía: Kirsten Luce

Madre e hijo. Condado de Hidalgo, Texas (Estados Unidos)
Fotografía: Kirsten Luce

Patrulla aérea y terrestre. Peñitas, Texas (Estados Unidos)
Fotografía: Kirsten Luce

Puente de Anzaldúas. Texas (Estados Unidos)
Fotografía: Kirsten Luce

Agricultores. Peñita, Texas (Estados Unidos)
Fotografía: Kirsten Luce

 Y después de verlas seguí en Google: me enteré de que Kirsten Luce es una fotógrafa freelance que trabaja para National Geographic, y que estas fotografías pertenecen a su proyecto Below the border wall, dedicado a los kilómetros del muro del sur de Texas, la zona donde más detenciones de inmigrantes se producen. Lo tiene publicado en su web y se compone de un total de trece fotografías. Estuve un buen rato enredada en ellas.

http://www.kirstenluce.com/below-the-border-wall

 El trabajo de Kirsten me trasladó al último tema de The Killers –no voy a repetirme proclamándome fan de la banda–, estrenado a mediados de enero, y volví a ver su videoclip en YouTube. Una pieza dirigida y realizada por Spike Lee que bien podría tratarse de documental; un corto que combina lo trágico de las largas filas de caminantes exhaustos, las noches a la intemperie y las barreras de acero u hormigón, con los colores, las sonrisas, los niños y sus juegos... un hilo de esperanza hacia ese futuro que anhelan.


 Escuché en una conferencia TED a JR (otro del que soy fan, aunque no cante) decir que el arte no iba a salvar al mundo, pero sí a cambiarlo. Por eso me alegro tanto cuando aparecen iniciativas como esta, en la que los artistas se posicionan y te llevan a reflexionar.

Obra de JR en la parte mexicana de la frontera con Estados Unidos
Fotografía: John Francis Peters

domingo, 31 de enero de 2016

HOMENAJE A LA FOTÓGRAFA LEILA ALAOUI

Pedro le ha rendido homenaje en su blog, Carta desde el Toubkal, a la fotógrafa Leila Alaoui, recientemente asesinada por Al Qaeda en Burkina Faso. Y por aquello de que mi blog tiene más difusión en el mundo del arte y la fotografía, me ha pedido que copie aquí su entrada. Un post que le habría gustado no tener que escribir.


LEILA ALAOUI: CUANDO LA MUERTE NO EXISTE


Leila Alaoui en la portada de Urbain Tanger

Hoy he estado viendo el porfolio Les marocains de Leila Alaoui, la fotógrafa franco-marroquí asesinada por los terroristas de Al Qaeda el pasado día 15 en Ouagadougou, la hasta ahora tranquila capital de Burkina Faso. En realidad, Leila falleció tres días después, incapaz de recuperarse de las heridas que le habían provocado cinco balas ruines, cobardes y despreciables; las mismas que acabaron con la vida de 29 personas más ese fatídico día.

 Leila Alaoui se encontraba allí para realizar un encargo de Amnistía Internacional: un reportaje fotográfico centrado en los derechos de las mujeres en Burkina Faso; porque si por algo se caracterizaba el trabajo de Leila era por darle voz a los que no la tienen, una voz que, en su caso, no recoge ninguna grabadora sino la lente de su cámara.


Natreen (We are waiting). Líbano, noviembre 2013
Fotografía de Leila Alaoui

Natreen, Líbano 2013
Fotografía de Leila Alaoui

Natreen, Líbano 2013
Fotografía de Leila Alaoui

No pasará. Marruecos 2008
Fotografía de Leila Alaoui

No pasará. Marruecos 2008
Fotografía de Leila Alaoui

 Leila nació hace 33 años en París. De padre marroquí y madre francesa, pasó su infancia en Marrakech, la ciudad roja a la que siempre quería volver. Atraída por el mundo del arte y la imagen, estudió fotografía en la Universidad de Nueva York. Sus fotografías han aparecido en The New York TimesLe MatinLe JournalLe Soir The Daily Star, así como en prestigiosas revistas y suplementos, como VogueImagesAmicaJeune AfriqueLeftUrbain TangerDalia o Le Courrier de L'Atlas. Y han sido expuestas en Francia, España, Suiza, Alemania, Holanda, Dinamarca, Suecia, Italia, Luxemburgo, Túnez, Dubai, Qatar, Egipto, Beirut, Argentina y los Estados Unidos; en lugares tan prestigiosos como el Instituto del Mundo Árabe y la Maison Européenne de la Photographie de París o el MUNTREF Centro de Arte Contemporáneo de Buenos Aires.

 Como dijo el otro día el escritor Tahar Ben Jelloun, "ni su talento, ni su inteligencia, ni su sensibilidad, ni su belleza la han protegido. Leila Alaoui, una artista apasionada que sabía descubrir lo real detrás de la apariencia, mostrar el esplendor de un cuerpo detrás del velo de los prejuicios, ha sido víctima de la brutalidad salvaje en un momento en el que nadie lo esperaba".


Serie Les marocains de Leila Alaoui

Serie Les marocains de Leila Alaoui

 Para su serie Los marroquíes recorrió el país con un estudio fotográfico portátil, retratando a hombres, mujeres y niños de todas las etnias. Un trabajo, inspirado en los de Robert Frank y Richard Avedon, que suponía para ella una vuelta a sus raíces, al Marruecos de su padre y sus abuelos, al país de su infancia. Quizás por ello quería seguir ahondando en ese proyecto.


Serie Los marroquíes de Leila Alaoui

Serie Los marroquíes de Leila Alaoui  
"Me encontré con muchas dificultades en una tierra donde la gente tiene temores supersticiosos hacia la cámara y con frecuencia ven la fotografía como una herramienta que roba el alma de la gente. Sin embargo, tuve la oportunidad de convencer a muchos para que participaran en la aventura, [...] entre ellos muchos marroquíes que nunca habían sido fotografiados".
Serie Les marocains de Leila Alaoui
"Los fotógrafos utilizan a menudo Marruecos como marco para fotografiar a los occidentales, para darles una impresión de glamour, mientras relegan a la gente local a una imagen rústica y de folclore, perpetuando así la mirada condescendiente del orientalismo. Yo he tratado de contrarrestar esa mirada adoptando en mis retratos técnicas de estudio análogas a las del fotógrafo Richard Avedon en su serie In the American West, que muestran a las personas con gran autonomía y elegancia, y reflejan el orgullo y la dignidad de cada individuo".
Serie Les marocains de Leila Alaoui

Serie Los marroquíes de Leila Alaoui

Serie Los marroquíes de Leila Alaoui

http://www.leilaalaoui.com/#!themoroccans/c1ep1
http://www.leilaalaoui.com/

 El pasado viernes el guionista y director de cine Fernando León de Aranoa escribió un artículo de homenaje al fallecido Ettore Scola. Llevaba por título La muerte no existe, y en él hacía referencia a ese pasaje de la película Maccheroni en la que Antonio, interpretado por Marcello Mastroianni, le pregunta a su madre, como el que le pregunta a un oráculo, por el futuro de su amigo Robert, al que protagoniza Jack Lemmon. "La vida elige al que la ama" le responde la Mamma entre dientes. Y Antonio, que está regando con una manguera en la mano, concluye: "La muerte en sí no existe. ¿Acaso borra lo que un hombre ha hecho en vida? ¿Borra sus méritos, su legado? No. Así que... Muerte, ¿qué eres? No eres nada. Te gustaría ser tan importante como la Vida. Pero la Vida dura una vida, amiga mía. Y tú, Muerte, sólo duras un instante, el instante en el que llegas". Pienso en esas palabras ahora, en este enero tan feo, y me digo eso, que la muerte no existe.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/01/20/actualidad/1453307779_280114.html

lunes, 10 de junio de 2013

SOMOS GENTE SENTIMENTAL


Fotografías de Osman Orsal, de la agencia Reuters


No sé si estaremos ante una Primavera Turca pero creo que esta fotografía de Osman Orsal merece ser compartida, también el lema que acompaña a esa imagen de la dama de rojo por todo el mundo: 

"No necesitamos gases lacrimógenos, somos gente sentimental". 



Fotografías de Osman Orsal, de la agencia Reuters



jueves, 14 de febrero de 2013

LA BOULAT

Aunque yo no soy muy de San Valentín, me dejo arrastrar por la fecha y os traigo aquí este relato de mi pareja, un relato que es un homenaje a la reportera gráfica Alexandra Boulat y que obtuvo el 2º Premio en el VII Certamen de Declaraciones de Amor "Dime que me quieres" 2008, organizado por el Ayuntamiento de Málaga.



LA BOULAT



Málaga, 5 de octubre de 2007

Estimado Morenatti:
   Al recibir ayer el correo con la noticia de la muerte de Alexandra me sentí noqueado. Fue un gancho directo a la boca del estómago, donde se me ha instalado un dolor inmenso. Gracias por comunicármelo con tanta celeridad y por haberme tenido al corriente durante el tiempo que estuvo en coma. También por la foto que me envías.






   Observo su cuerpo menudo junto a la mole metálica, cuyo cañón me apunta directamente, y me fijo en sus manos y en la cámara que sostienen. La sonrisa que ilumina su rostro es la misma que me brindó hace poco más de dos años en la Ciudad de la Luz, mientras cubríamos las revueltas de los suburbios, las banlieues en las que se hacinan los jóvenes inmigrantes.
   Nos habíamos conocido esa misma mañana, en un café cercano al suburbio de Seine-Saint-Denis. Yo estaba pintarrajeando una de mis moleskines cuando la saludó el redactor que me acompañaba. Recuerdo que entonces se sentó en nuestra mesa y que, después de presentarnos, me pidió ver los dibujos del cuaderno. Yo miré detenidamente su cuerpo delgado, sus manos finas de dedos largos, su rostro anguloso en el que destacaba su sonrisa, blanca y cautivadora, y esos ojos acostumbrados a la observación de las cosas y de los hombres, que reflejaban bondad e inteligencia. Me dijo que los dibujos le gustaban mucho y me confesó que a ella también se le daba bien dibujar, que de pequeña siempre había soñado con ser pintora y que no descartaba hacerlo en el tercer acto de su vida, cuando se retirase a la campiña.
   Volví a encontrarla aquella misma tarde. Es la memoria la que me devuelve ahora a ese escenario: ambos con un ojo pegado al visor, moviéndonos entre la gendarmerie y los manifestantes, corriendo de un lado a otro entre el sonido de las sirenas y de los cristales rotos. Cuando nos arrimábamos a los policías, nos llovían las piedras, y los cócteles molotov pasaban por encima de nuestras cabezas; y cuando cambiábamos de bando teníamos que esquivar las bolas de goma de los antidisturbios. Entonces ella dijo que aquel era el "Mayo del 68 de los Desheredados"; que ahora, como treinta y ocho años atrás habían hecho los estudiantes, exigían un futuro mejor. El desencadenante de aquel estallido, que desde el extrarradio prendía los coches de las calles más céntricas de París, había sido la muerte accidental de dos adolescentes cuando huían de la policía. Así protestaban y reclamaban su sitio en la sociedad los "zidanes" pobres: levantando barricadas, quemando contenedores, saqueando tiendas y arrojándoles piedras a los policías.
   Al amanecer, cuando todo hubo acabado hasta la noche siguiente, nos sentamos agotados en una patisserie. Y mientras pedíamos café y croissants, nos miramos en ese silencio de camaradería que es preludio de una larga conversación. Ella había hecho tónica la última sílaba de mi nombre, y yo me reía cada vez que se dirigía a mí con un "Sergió". En esos momentos, me parecía más rusa que francesa. No sabes lo feliz que me hizo aquel desayuno... Reconozco que intenté ligar con ella, pero no tuve éxito. Me calificó de "caníbal emocional", algo genético según ella: un tipo que nace infiel y se profesionaliza a lo largo de su vida. En mi descargo he de confesar que no sabía que estaba felizmente emparejada con ese realizador palestino. De todas formas, me habría gustado ganarle el corazón.
   Durante aquellas tres semanas de guerrilla urbana, registradas en el otoño de 2005, volvimos a coincidir unas cuantas veces. Ella solía entrar en las barricadas por las mañanas, sola, dispuesta a perderse entre bloques y pandillas, y no regresaba hasta la noche; entonces, si el azar se aliaba conmigo y la cruzaba en mi camino, compartíamos un trozo de pizza o un showarma de cordero. La gente se refería a ella como "Alex" o "La Boulat", pero yo prefería llamarla Alexandra.
   Al despedirnos, nos dimos los números de teléfonos y las direcciones de correo, y nos intercambiamos los libros que acabábamos de leer: yo le entregué una ajada edición de bolsillo de "Viaje al fin de la noche", de Céline, y ella me dio "La insoportable levedad del ser" (¡qué paradójico y perverso puede llegar a ser el azar!).

   Dejo de escribir por un momento y me acerco a la estantería a buscar el libro. Lo sostengo en mis manos, algo temblorosas, y busco entre sus páginas una de las fotografías que me envió. Aquella en la que se ve a una familia afgana amortajando el cuerpo de un niño que acaba de morir en un campo de refugiados, y, con los ojos húmedos, vuelvo a leer el poema que escribí en su reverso.


VIEJA AMIGA*
¡Oh, vieja amiga, que vas y vienes
como una sombra, sin un ruido
ven, cansado estoy de ir huido,
posa tus labios sobre mis sienes!
Que el beso gélido que te pido
calme la fiebre que en mi sangre bulle;
el espejo refleja el temido
horror de la ruina que escarnece,
el viento solloza en la ventana,
las ramas del tilo golpean con fuerza
los cristales; el fin está cercano;
mis amigos han oído tu llamada
yo también confío
en ser sombra en tu reino lejano.


   Junto al libro hay una carpeta en la que guardo más fotos de ella y esos diez o doce emails que me traían noticias de su trabajo y de su vida. En ellos, escritos todos en un tono muy afable, mostraba siempre su interés por reflejar las consecuencias de la guerra y la auténtica realidad de la mujer en los países árabes. Quién mejor que ella para plasmar esas costumbres que, por cultura, son prácticamente inaccesibles para los hombres. Siempre se despedía con: "Un gran beso. Nos veremos". Desgraciadamente, nunca más la vi.


   En una de aquellas tardes parisinas me contó que el escritor André Malraux le dijo a su padre que "cada persona tiene dentro de sí un museo particular donde guarda todo lo que vivió y amó". Que cierto es... La echaré de menos.
   El próximo viernes 12 de octubre me acercaré a la iglesia y al cementerio de Jacque-ville. Es lo menos que puedo hacer por ella. Le llevaré unas flores y la despediré con un beso. Espero verte allí, para poder entregarte este abrazo. Gracias por aguantar el lamento de este corazón solitario.
   Un fuerte abrazo.
                                                    
                                                                       Sergio
                                                                                


   De nuevo me acerco a la estantería, donde remiro los lomos de las moleskines hasta dar con la que llevaba en París. Retiro el elástico que comprime sus páginas y rebusco entre ellas las líneas que anoté el día de nuestro primer encuentro:

"Sentí el flechazo desde el primer instante. Su constante sonrisa, su amabilidad, sus refinados modales, y ese carisma que le daba haber tenido tantas vivencias y que la hacía aún más atractiva. Desprendía aventura, algo por lo que todos estábamos allí".

   Ahora, después de tantos años de trabajo, comprendo que compartíamos una misma forma de vivir y de ver el mundo, y que ambos éramos cautivos de nuestra querencia por la libertad y la soledad, nuestros demonios interiores que nos hacían ir de un a lado a otro sin anclarnos a ningún punto. Los amigos nos tachaban de imprudentes e irresponsables o pensaban que teníamos más valor que nadie, pero nada de eso era cierto. Tan sólo desarrollábamos el único trabajo que nos permitía sentirnos vivos. Nos gustaba registrar la realidad desde dentro, sabiendo que con cada disparo de nuestras cámaras estábamos construyendo una toma de posición, y por eso aceptábamos y explorábamos los riesgos de nuestra profesión.


Relato obra de Pedro Delgado Fernández.
*Poema de Francisco Delgado Acosta.

La reportera gráfica Alexandra Boulat, cubrió conflictos en Yugoslavia, Indonesia, Afganistán, Irak, Israel y Palestina, y su trabajo apareció en revistas tan prestigiosas como París Match, Time, Newsweek, Stern y National Geographic. Ganó numerosos premios internacionales entre los que destaca el World Press, galardón conseguido, paradójicamente, con la cobertura del último desfile de Yves Saint Laurent. Debido a sus estudios de Bellas Artes, sus trabajos bordean la tenue línea que separa el fotoperiodismo del arte. En 2001 fundó con otros seis colegas la agencia de fotografía VII, y fueron conocidos en el mundo de la prensa como "los 7 Magníficos", pues eran los mejores fotoperiodistas del momento. Fueron su padre, Pierre Boulat -gran reportero de Life-, y su madre Annie -creadora de la agencia gráfica Cosmos-, quienes le contagiaron el virus de la fotografía.
En junio de 2007 sufrió una hemorragia cerebral, debido a una aneurisma, mientras trabajaba en la frontera de Gaza. La ambulancia palestina que la llevaba quedó retenida en la frontera hasta la llegada de otra ambulancia israelí que la condujo al hospital de Jerusalén. Allí, sometida a un coma inducido, fue operada, siendo trasladada después a París, su ciudad natal, donde falleció el 5 de octubre de ese mismo año a los 45 años de edad.