Subsahariano subido a una farola en la verja de Melilla (Foto: EFE) |
A pesar de lo reiterativo de las imágenes en la pantalla del televisor, no puedo o no quiero acostumbrarme a ellas. Huyen de la miseria, del hambre o de las guerras, y se aferran a una valla de seis metros de altura. Algunos, incluso heridos por las cuchillas de las concertinas, se encaraman a lo alto de una farola para no ser cogidos por la policía y devueltos a Marruecos. Viéndolos allí, con sus abrigos, se me asemejan a las esculturas de Juan Muñoz, solo que estas sonríen y ellos no tienen ningún motivo para hacerlo.
Grupo escultórico obra de Juan Muñoz |
Saltar para correr hasta un centro de acogida ya saturado, en los últimos metros de una carrera de ultrafondo que comenzó a miles de kilómetros de distancia, una carrera de obstáculos con nombres de mafias, desiertos y abusos que puede terminar en esa doble valla de acero cruzada de cuchillas.
Como se pregunta Juan Goytisolo en su artículo La fuerza del hambre de El País de hoy: ¿Puede una persona ser ilegal por nacer donde ha nacido? Como él bien dice, esos inmigrantes subsaharianos "al acecho del gran salto en los bosques vecinos de la verja o aupados en ella encarnan el derecho elemental a la vida, el pan y la libertad". Ojalá logren alcanzar la meta, sonreír finalmente como esas estatuas de Juan Muñoz.
Escultura de Juan Muñoz (Foto: EFE) |
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