jueves, 16 de agosto de 2012

LOS RUSOS LLEGARON PARA QUEDARSE



¡Rusia!, óleo sobre tabla (20 x 20) obra de Lucía Rodríguez vicario


Doctor Zhivago, óleo sobre tabla (20 x 20) obra de Lucía Rodríguez Vicario


Hace unos cuantos años, varios artículos de prensa, en diferentes suplementos dominicales, advertían en titulares: ¡Que vienen los rusos!
   Hoy día, podemos decir que los rusos llegaron para quedarse. Si en lo pictórico tuvimos las exposiciones del Guggenheim Bilbao (¡RUSIA! Novecientos años de obras maestras y colecciones magistrales) o las más recientes del Prado (Los tesoros del Hermitage) y el Museo del Romanticismo de Madrid (El romanticismo ruso en época de Pushkin), en lo literario no dejan de llegarnos viejas y nuevas traducciones de clásicos como Dostoievski, Chéjov, Gógol o Tolstói.
   Por mi cuarenta cumpleaños, mi hijo Enzo me sorprendió, seguramente por recomendación de su padre, con la novela El doctor Zhivago, del Nobel de literatura Borís Pasternak, traducida por primera vez del ruso al castellano por Marta Rebón y editada por Galaxia Gutemberg por el cincuenta aniversario de la muerte de su autor.
   Normalmente suelo leer durante el año novelas cortas, y dejar para el verano las lecturas más largas, como esas 737 páginas de Pasternak, sin embargo, aunque empecé a leerlo el verano pasado, hube de interrumpir dos veces su lectura porque entre medias se cruzaron dos novelas cortas: la divertida Maldito Karma de David Safier y la encantadora El extraño incidente del perro a medianoche de Mark Haddon. Es lo que tiene la literatura: a veces una quiere meterse en una obra durante semanas y otras prefiere picotear en varias de ellas. Fue por ello que sólo leí las primeras 40 páginas del ruso. Luego, en el invierno, retomé la novela desde el principio, pero la falta de continuidad y el largo listado de personajes principales me hizo claudicar en la página 199. Espero que a la tercera sea la vencida y que Yuri y Lara me acompañen estas vacaciones en Casarabonela, donde el tiempo corre más lento y el día parece estirarse como uno de esos chicles Cheiw de fresa ácida que tanto me gustaban de pequeña.
   Si supero la prueba de El doctor Zhivago, mi hijo y su padre amenazan con regalarme Anna Karénina en la vitoreada traducción de Víctor Gallego que editó hace unas navidades la editorial Alba. Otra pasión amorosa, otro tochaco que debo leer si quiero empaparme del alma rusa y pintar alguna que otra matrioska más.
   Para los amantes del arte ruso, recomiendo el catálogo de una exposición más antigua: Pintores rusos del siglo XIX, del Neoclasicismo a la Revolución, organizada en el Museo del Prado en marzo-junio de 1987. Allí, entre sus páginas, empecé a admirar el arte de Ilia Repin, Ivan Kramskoi (impresionante su Retrato del pintor Shishkin), Valentin Serov o Stanislav Zhukovski. A mi pareja quien más le gusta es Vasili Vereshaguin, el mejor pintor ruso de batallas que fue también un gran viajero, y me pide que os recomiende el libro BEPEIIIALNH (la L y la N irían invertidas, pero no sé a qué tecla tengo que darle para escribirlo en cirílico, pues el libro es una edición en cirílico e inglés (el título sólo aparece en cirílico)). El tomo recoge cuadros de batallas y de sus viajes por el Cáucaso, el Turkestán, las fronteras de China, el Himalaya, la India, Oriente Medio y los Balcanes. Una joya que consiguió en una conocida librería de saldo de Madrid.


Retrato del pintor Shishkin, óleo de Ivan Kramskoi


Óleo de Vasili Vereshaguin
                                 
Óleo de Vasili Vereshaguin


Óleo de Vasili Vereshaguin


1 comentario:

  1. Finalmente, terminé de leer "El doctor Zhivago" en agosto. Aunque Pasternak falleció en 1960, le doy las gracias por dedicar diez años de su vida a escribir esta obra maestra. Desde ahora, la Rusia y los personajes que deambulan por la novela irán unidos al recuerdo de las tardes plácidas de verano en Casarabonela.

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