miércoles, 6 de febrero de 2013

ÁFRICA MILENARIA


África milenaria, óleo obra de Lucía Rodríguez Vicario. Colección particular de Yolanda Amate



Tengo un cuaderno de viajes de Stefano Faravelli entre las manos, uno de esos cuadernos que tan primorosamente ha publicado la editorial Confluencias. Hace tiempo que no se editan libros así, con esta encuadernación tan cuidada, con esa tipografía a dos colores y ese facsímil desplegable a color que te trae el cuaderno original a casa. El texto, en cuatro idiomas (entre ellos el español), es la transcripción de la caligrafía que aparece en las páginas del cuaderno junto a los dibujos. Palabras que comentan, acotan o acompañan las imágenes: acuarelas, dibujos y etiquetas de cajas de té o sellos que el autor pega en sus cuadernos como si fuesen un dibujo más.







  El cuaderno que tengo entre las manos es el de Jenné, en Mali, donde estuve en el verano de 1997. Mali fue el plato fuerte de aquel viaje, en el que recorrí durante dos meses África Occidental (Mauritania, Senegal, Gambia, Mali, Burkina Faso, Ghana y Costa de Marfil). Mali fue lo más cerca que estuve de uno de esos documentales de la 2, una inmersión en el África milenaria, una de esas aventuras que te hace sentir vivo. Por eso, después de cerrar el cuaderno, Jenné sigue en mi mente y tras ella me desplazo al País Dogón (el acantilado de Bandiagara que recorrí durante varios días sin saber que podría haberme encontrado allí con Barceló (pero es que por entonces yo todavía no pintaba (precisamente empecé después de aquel verano)) y a la mítica Tombuctú (el alto en el camino más soñado de aquel viaje).





   También recuerdo las aguas del río Níger, que recorrí en una pinaza de mercancías de vuelta a Mopti, las mismas aguas color café con leche donde Stefano pudo mojar sus pinceles.










   Los recuerdos se me agolpan y no dejo de preguntarme cómo estará toda aquella gente, cómo la guerra habrá afectado a sus vidas. Después de los últimos telediarios respiro aliviada, reconfortada por el avance de las tropas francesas y malienses que han hecho replegarse a las milicias de Al Qaeda hacia el noreste del país, pero no deja de preocuparme lo que pueda ocurrir con el pueblo tuareg, los señores del Sahel, los gitanos del desierto que, como los kurdos de Oriente Medio, llevan décadas reclamando un territorio.



Espingarda árabe, óleo obra de Lucía Rodríguez Vicario



   Ojalá (Insha' Allah) que regrese pronto la cordura a esa parte del mundo.

   Anoto aquí, para cerrar, las palabras con las que cierra el propio Stefano la introducción de su libro:

   "Pero Ladji y sus amigos me dijeron también cómo esta maravillosa ciudad -la más bella quizás que haya visto- era de frágil y delicada. Y no sólo porque, ciudad configurada enteramente de limo, en cada estación de lluvias debe de ser restaurada cada vez de nuevo. El impacto del turismo, las tensiones latentes con el rico occidental, espejismo de bienestar y odiado símbolo de iniquidad, el surgir de un Islam agresivo en contraste con el irénico y tolerante Islam tradicional (muy unido a los marabout y a las confraternidades místicas) hacen sentir algún crujido entre los muros de este universo cerrado, impregnado de una refinada y antigua civilización urbana.
   He contado Jenné también por esto: para testimoniar, también con la delicadeza de la acuarela y la medida mínima del cuaderno, un mundo de belleza y de verdad al borde de una mutación inminente y quizás fatal..."



Stefano Faravelli



Stefano Faravelli "se forma como pintor en el Liceo Artístico y la Academia de Bellas Artes de Turín. Paralelamente obtuvo una licenciatura en Filosofía Moral, seguida por estudios en ciencias orientales; una vocación dual de "peintre-savant" que le orienta hacia el cuaderno de viajes".
En 2004, su cuaderno de Jenné ganó el premio del público en la primera Bienal de Carnet de Voyage en Clermont-Ferrand, Francia.
Otros títulos de Faravelli que ha publicado Confluencias son: Delhi, Cairo, Istambul y Tokyo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario